capítulo cuatro: Asia

Las hebras que sostienen el mundo

En Asia, el tejido no nació como una técnica, sino como un acto divino. En cada rincón del continente, los hilos no solo unen fibras: unen memoria, orden, destino y cosmos. Aquí las telas hablan de origen, de reyes, de diosas que hilvanan el universo, de colores que definen el lugar de cada persona en el mundo, y de historias donde un simple filamento puede transformar una vida.

Si en África el textil era una lengua antigua, en Asia es un mapa sagrado: un modo de entender el mundo desde lo invisible hacia lo humano.

Hilos que vienen del cielo: diosas, estrellas y destino
Las hilanderas celestes de China

En la mitología china, una de las figuras más antiguas es Zhinu, la Doncella Tejedora. Hija del Emperador de Jade, tejía las nubes del cielo y vestía al firmamento con colores sutiles. Su telar era tan perfecto que cada punto marcaba el ritmo del universo.
Su historia de amor prohibido con Niulang dio origen al Qixi, la “noche de los amantes”, cuando una bandada de urracas forma un puente para que ambos puedan encontrarse.
Así, el tejido no era un oficio: era la forma misma en que el cielo se sostiene.

Y es también en China donde aparece una de las leyendas fundacionales del textil: la de Leizu, la emperatriz que, según cuentan, descubrió el secreto de la seda cuando un capullo cayó en su taza de té y el hilo comenzó a desenrollarse como un rayo de luz. Un material celestial revelado al mundo casi por accidente. Una fibra que cambiaría imperios. Pero ésa es otra historia: la de los materiales sagrados, que tendrá su propia serie.

Las tejedoras del destino en Japón

En Japón, las hime (princesas o mujeres de alta sociedad) que tejen en los santuarios, o los relatos de mujeres que hilan en silencio para sostener el orden, recuerdan que cada hebra está cargada de voluntad espiritual.

A esta tradición pertenece también la figura poética de Yume-no-Ori-Hime -la Princesa Tejedora de los Sueños-, un arquetipo que encarna la idea de que cada visión nocturna es un hilo que une lo humano con lo sagrado.

Pero la figura más poderosa es Amaterasu, diosa del sol, la deidad madre de la casa imperial y la deidad suprema de la nación japonesa. Cuando se ocultó en una cueva por la traición de su hermano, el mundo quedó en tinieblas. La estrategia para traerla de vuelta incluyó un espejo, risas sagradas y telas ceremoniales… porque sin tela no hay celebración, ni religión, ni reposo del alma.
En Japón, el textil une lo visible y lo invisible: un nudo puede proteger, un color puede purificar.

India: donde el hilo es destino y realeza

En la tradición india, el tejido está asociado a la creación misma. Se dice que el universo es la gran tela que Brahma  -con sus cuatro rostros observando las cuatro direcciones- va urdiendo mientras los seres transitan sus vidas.
Y es en India donde aparece uno de los colores con mayor carga simbólica del mundo: el amarillo del poder y la realeza.

El amarillo no es un color cualquiera: es el color del sol, del conocimiento y del poder espiritual. Vestirse de amarillo es atraer prosperidad, pero también asumir un rol sagrado. De ahí que tantos tejidos ceremoniales —saris, mantos, túnicas de templo— se tiñan en tonos que van del dorado al cúrcuma.
Una prenda amarilla no es una prenda: es una declaración espiritual.

Corea: el hilo que purifica

En Corea, lo textil está profundamente unido al linaje y la ceremonia. El hanbok, la

vestimenta tradicional, más allá de su belleza, tiene raíces rituales: cada forma y cada color tienen un propósito.
El blanco —tan común en la vestimenta tradicional— no es vacío, sino pureza, honestidad y conexión ancestral.
Para los antiguos reinos coreanos, la tela no era un objeto: era una conducta.

El continente que transformó el destino del mundo a través del hilo

Desde China, donde el telar sostiene el cielo, hasta Japón, donde los nudos protegen el espíritu, pasando por India y sus colores sagrados que definen el estatus de un alma, Asia concibió el tejido como algo más que un arte: una fuerza que ordena el universo.

En su mitología, los hilos no solo tejen mantos: tejen vidas.
Y cada color, cada nudo, cada trama, cuenta una historia que sobrevivió miles de años.

Un tejido que sigue vivo

En Asia, el textil continúa siendo una forma de honrar a los dioses, a los ancestros y al propio destino. Desde rituales de agradecimiento hasta celebraciones, las telas siguen marcando quiénes somos y hacia dónde vamos.
Tejer es recordar el origen, agradecer el presente y abrir un camino hacia lo que vendrá.

 

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